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23 de marzo 2017

Sexualidad y discapacidad: “El deseo de lo que quiero, más allá de lo que puedo”

La imagen representa diversidad en las formas de vivir la sexualidad entre las personas.

La imagen representa diversidad en las formas de vivir la sexualidad entre las personas con discapacidad y del mismo sexo. Crédito www.plenainclusionmadrid.org 

Del porcentaje de personas con discapacidad, son las mujeres y niñas las que experimentan una doble discriminación y una mayor violencia por su condición de mujeres y además discapacitadas, se les infantiliza y se les considerar incapaces de decidir respecto de su vida sexual, y por lo tanto son esterilizadas sin su consentimiento, violentadas sexualmente, obligadas a la maternidad y en otros casos alejadas de sus hijas e hijos por considerarse no aptas para el cuidado.

Por Jessica Lillo, orientadora familiar

La sexualidad ha sido naturalizada y separada del entorno social como si fuese un fenómeno particular que ocurre desvinculada de la corporalidad, del tiempo y la cultura. Sin embargo, es un producto humano que ocurre en un cuerpo-territorio desde donde se expresa y vivencia. Su construcción es personal y a la vez colectiva. Es así, que situarla en un espacio y tiempo, permite comprender que la sexualidad es una construcción social, cultural e histórica, basada y significada en una sociedad, cultura y momento histórico determinado.

De acuerdo a lo anterior, la actual sociedad occidental patriarcal arrastra una fuerte tradición judeocristiana que ha impuesto una sexualidad hegemónica cómo un único modelo cuyo enfoque biologicísta, está centrado en las capacidades que los cuerpos pueden desarrollar y que se traduce en un patrón sexual de prácticas sexuales normales, coitales y funcionales.

Cabe preguntarse entonces qué es lo normal o anormal. Desde este modelo hegemónico, todas aquellas prácticas sexuales que no involucran la genitalidad ni la penetración, se consideran anormales, incompletas y disfuncionales. Es decir, si no se tiene la capacidad de moverse o interactuar por ejemplo con una otra u otro, o si determinado órgano no efectúa su función de penetrar o ser penetrado, no cumplen y contraviene el patrón sexual dominante. Por lo tanto, dichas prácticas sexuales que involucran diversidad de formas quedan invisibilizadas y supeditadas a una única forma de sentir y experimentar la sexualidad y por ende el placer.

En el caso de las personas con discapacidad, desde el enfoque biomédico, asistencialista y rehabilitador, tener una capacidad limitada para realizar de forma autónoma una determinada función,  no solo opera en las áreas física, mental o sensorial,  sino que se traslada también al ámbito de los derechos. La capacidad limitada o reducida, sitúa a las personas con discapacidad como seres asexuados, sin autonomía para decidir sobre deseos o/y preferencias sexuales, incapacitadas para ejercer sus derechos sexuales y derechos reproductivos. Estos derechos que son para todas las personas, en el caso de las personas con discapacidad quedan condicionados a lo que puedan hacer o no, en el ámbito sexual y no al “el deseo de lo que quiero, más allá de lo que puedo”.

La sexualidad de las personas con discapacidad está rodeada de mitos y prejuicios que generan discriminación, violencia y provocan la vulneración de sus derechos sexuales y reproductivos con afirmaciones como:

-Son personas asexuadas

-Solo se relacionan entre ellas o sea con otras personas con discapacidad

-No sienten deseo sexual

-No pueden tener relaciones sexuales normales

-No son personas deseables y atractivas sexualmente para otras personas

-No debe motivarse en ellas el interés sexual porque son personas inocentes e infantiles.

No han sido pocos los intentos a lo largo de la historia de restar de los espacios públicos a las personas con discapacidad ya sea física, mental o sensorial, forzándolas a permanecer institucionalizadas, privadas de su derecho y acceso a la educación sexual; condenadas al silencio y a la ocultación de sus cuerpos considerados defectuosos, desadaptados, incompletos y patológicos. Su sexualidad es vista como peligrosa, por lo tanto, la medicina se ha valido de la farmacología para esconder el deseo sexual y anular sus diversas manifestaciones.

Del porcentaje de personas con discapacidad, son las mujeres y niñas las que experimentan una doble discriminación y una mayor violencia por su condición de mujeres y además discapacitadas, se les infantiliza y se les considerar incapaces de decidir respecto de su vida sexual y, por lo tanto, son esterilizadas sin su consentimiento, violentadas sexualmente, obligadas a la maternidad y en otros casos alejadas de sus hijas e hijos por considerarse no aptas para el cuidado.

Desde la exclusión, el asistencialismo y la invisibilidad hoy se levantan las sexualidades marginadas de la discapacidad: sexuadas, eróticas y deseables. Donde las mujeres con discapacidad mental, “las locas”, las histéricas”, marcharon el 8 de marzo declarando: “lo personal es político”. Su erótica incomoda, escandaliza y tensiona a la “normalidad” del sistema patriarcal que busca el  control de los cuerpos para el “resguardo del orden natural de las cosas”. Se castiga la diversidad de formas de sentir, ser y estar que no obedecen a los modelos dominantes, se impone mandatos sexuales que unidos al género, se convierten en violentos dispositivos de control y normalización de la conducta bizarra de estos cuerpos amorfos, imperfectos, de mentes trastornadas pero deseosos. En este escenario las mujeres con discapacidad se quedan fuera del imaginario colectivo erótico.

Desde los derechos humanos, las personas con discapacidad son sujetas de derechos. La sociedad en su conjunto es responsable de resguardar y garantizar el pleno derecho a condiciones de igualdad para el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, que les permitan gozar de una sexualidad integral y plena, centrada en el «yo deseo» «yo quiero» y basada en el principio de la autonomía.